En el momento que constituimos nuestra empresa, solemos estar los emprendedores solos. No hay presupuesto para contratar a nadie y, a veces, ni siquiera para ponernos un sueldo digno a nosotros. En todo caso, contratamos a profesionales para que se encarguen de aquellos temas que no son los básicos de nuestro negocio: la contabilidad, la informática, el transporte, etc. El resto de la empresa, somos nosotros mismos.
Sin embargo, con el tiempo y si hacemos bien los deberes, el negocio irá creciendo: vendrán más clientes y habrá más trabajo. El problema es que se llegará a un límite personal, en el cual no podremos satisfacer la demanda, aunque trabajemos todos los días de la semana y no durmamos. Podemos morir de éxito. La raíz de esta situación es que vendemos un recurso escaso: nosotros mismos.
Por muy doloroso que resulte, la única solución es ampliar la empresa, contratar empleados que lleven parte de nuestro trabajo. Todos sabemos que cuanto más grande es una empresa, menos manejable se vuelve. A partir de un número de empleados (una vez me dieron la cifra de 30), empezamos a perder el control efectivo. En otras palabras, nuestra creación deja de pertenecernos.
Pero recordar la otra alternativa: cerrar la empresa. ¿Qué opción preferís?
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